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Características principales

Título del libro
Fátima. Geografía, Historia, Teología y Profecía
Autor
Ramiro Sáenz
Idioma
Español
Editorial del libro
Gladius
Tapa del libro
Blanda

Otras características

  • Género del libro: Estudio

  • Tipo de narración: Didáctico

  • ISBN: 9789876590662

Descripción

"Y apareció otra señal en el cielo: un gran dragón (Ap, 12,3) Estas palabras de la primera lectura de la Misa nos hacen pensar en la gran lucha que se libra entre el bien y el mal, pudiendo constatar cómo el hombre, al alejarse de Dios, no puede hallar la felicidad, sino que acaba por destruirse a sí mismo. ¡Cuántas víctimas durante el último siglo del segundo milenio! Vienen a la memoria los horrores de los dos guerras mundiales y de otras muchas diversas partes del mundo, los campos de concentración y exterminio, los Gulag, las limpiezas étnicas y las persecuciones, el terrorismo, los secuestros de las personas, la droga y los atentados contra los hijos por nacer y contra la familia.

El mensaje de Fátima es una llamada a la conversión, alertado a la humanidad para que no siga el juego del "dragón", que con su "cola", arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra. La meta última del hombre es el cielo, su verdadera casa, donde el Padre celestial, con su amor misericordioso, espera a todos. Dios quiere que nadie se pierda, por eso, hace dos mil años, envió a la tierra a su Hijo, "a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10). Él nos ha salvado con su muerte en la cruz; ¡que nadie haga vana esa cruz! Jesús murió y resucitó para ser "el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,29). Con su solicitud materna, la santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a los hombres que "no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido". Su dolor de madre la impulsa a hablar; está en juego el destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: "Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas".

(San Juan Pablo II, 13 de mayo de 2000)